La mayoría de las
ciudades de hoy en día funcionan gracias a los ordenadores. Sea cual
sea el lugar a donde vayamos siempre encontraremos un ordenador
cerca. Son ya tan comunes que ni siquiera nos damos cuenta de que
están ahí, pero basta con detenemos un momento y fijamos con
atención para verlos, puede incluso que los encontremos en los
lugares más insospechados. En la oficina tenemos ordenadores que nos
ayudan a hacer nuestro trabajo; en casa tenemos un ordenador como
centro de ocio, para juegos, música y video, o miniordenadores
empotrados dentro de los más variados electrodomésticos, como la
televisión, el equipo de alta fidelidad, e incluso en el microondas;
en el supermercado de la esquina hay unos cuantos ordenadores más,
las cajas registradoras, los equipos de inventario; en nuestro coche
está el famoso ordenador de abordo, que vigila que todo funciona
correctamente; y así un largo etcétera. Y también están aquellos
ordenadores que llevamos todo el día de un lado a otro con nosotros,
como el teléfono móvil, la agenda electrónica, o el reloj. Hemos
llegado a una situación de dependencia tal que nos resulta muy
difícil concebir el mundo sin la existencia de los ordenadores (otra
cuestión muy distinta es si realmente en todos los casos el
ordenador nos hace la vida más fácil).
Lo que nunca
hacemos, a menos que uno sea un profesional que trabaja en el mundo
de la informática, es pararnos a pensar cómo funcionan todos estos
ordenadores. Nos han dicho muchas veces que los ordenadores son en
realidad máquinas muy tontas, que para funcionar correctamente
necesitan de un conjunto de instrucciones que les digan con todo lujo
de detalles qué es lo que tienen que hacer en cada momento, y cómo
lo tienen que hacer. También sabemos que estos conjuntos de
instrucciones se llaman programas, y que los programas se escriben
utilizando los llamados lenguajes de programación, que son muchos y
muy variados. Seguramente nos suenen nombres como Visual Basic, Java
o C++. Pero en realidad sabemos muy poco sobre la forma y contenido
de estos programas, lo cual es perfectamente comprensible, porque a
priori parece un tema irrelevante y sumamente aburrido. ¿A quién se
le ocurriría estudiar en su tiempo libre el programa que controla un
aparato de aire acondicionado? Sin embargo, los programas no son tan
aburridos como parece. En el corazón de los programas se encuentran
los algoritmos. La mayoría de las veces, estos algoritmos son
simples sucesiones de pasos triviales que conducen a la solución de
un problema. Por ejemplo, si la temperatura de la habitación ha
superado los 25º centígrados, entonces enciende el compresor del
aire acondicionado. Pero otras veces, los algoritmos que implementan
los programas de ordenador son verdaderas obras de arte del intelecto
humano. Quién sabe, a lo mejor el funcionamiento de nuestro aparato
de aire acondicionado está basado en una interesantísima teoría
matemática de lógica difusa, donde las cosas no son sólo ciertas o
falsas, sino que pueden ser medio ciertas o tres cuartos falsas.
El presente blog es precisamente eso, un apasionante viaje por el mágico mundo de los algoritmos. No se necesita nada para poder acompañarnos, no es necesario saber programar, ni saber de matemáticas; tan sólo se necesita curiosidad y muchas ganas de aprender. Así que abróchense los cinturones, que despegamos.
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